Para los superventas más que famosos, una mala crítica no
supone nada. Incluso es posible que provoque el efecto contrario. En cambio,
para los que empiezan, para los que se la juegan en la primera toma de contacto
con los compradores osados que apuestan por los nuevos, una mala crítica supone
una derrota.
Y los asiduos a las redes sociales que ven en este medio la
forma de comunicarse con el mundo, sea de la forma que sea, afloran sin tregua, llevando por bandera una «sinceridad» que termina por hundir al nuevo. Esos blogs
de seudocríticos literarios por los que los nóveles mueren por estar ahí en
forma de reseña que le hagan subir las ventas de sus criaturas, no obstante, se encuentran con que el literato se lo ha bendecido con la
etiqueta: «no lo recomiendo», «no me ha gustado nada», «ha sido un suplicio
leerlo». Y ahí que van los borregos detrás, aceptando su opinión como ley: «Ah,
pues si a ti no te ha gustado, ya no lo leo». Lo que me lleva a plantearme: ¿todos
estos comentaristas de medio pelo se han preguntado alguna vez el daño que
verdaderamente hacen?
Escuchaba estos días atrás, un pódcast del escritor José de
la Rosa —una delicia escucharlos, cuánto se aprende con ellos—, en el que decía:
«si te ha gustado una novela, coméntala…», ahí le has dado, compañero, si te
gusta…, porque la verdad de todo esto es que no se le hace ningún favor a un
posible lector en el intento de evitar que sea estafado al comprar la novela que has
repudiado. Cada uno tiene su versión de lo que lee, y lo que a uno le parece un
bodrio, para otro puede ser una maravilla. Y lo mismo pasa en la otra cara de
la moneda, o ¿es que si la novela le ha gustado al reseñador le va a gustar a
todo el mundo que la lea? Pues no, amigo, y pongo mi caso de ejemplo, yo he
dejado de leer muchas novelas aclamadas por su público porque a mí ni siquiera
me han despertado el interés, aun habiendo llegado al capítulo diez, solo por
darle la oportunidad.
Con esto quiero llamar, no un poco, si no un mucho, a la cautela, a saber medir el alcance de nuestras palabras cuando las empleamos a la hora de hablar sobre cualquier cosa, porque sí, porque cada uno tiene derecho a expresar su opinión y porque solo hay una forma de hacerlo; la correcta.