21/11/21

Morir por una reseña


Más allá de escribir un libro, más allá de acabar el arduo trabajo que supone finalizar una obra literaria, el escritor muere por las críticas que recibirá. Pero no nos engañemos, desea con todas sus fuerzas que esas opiniones venidas de los voraces lectores sean más que positivas, quiere que todo sean halagos, que les pidan que siga escribiendo así de bien, que su libro le ha transportado a otro mundo paralelo en el que ha olvidado su día a día. Sin embargo, aparecen las críticas malas, las que destrozan sus meses de esfuerzo y sacrificio porque a alguien no le ha gustado lo que ha escrito. Se acepta, porque el mundo es caprichoso, que no se le puede gustar a todos, que en eso consiste el juego, en superarse en el siguiente libro por llegar a esos lectores que en una primera ocasión no comulgaron con su pluma.

Para los superventas más que famosos, una mala crítica no supone nada. Incluso es posible que provoque el efecto contrario. En cambio, para los que empiezan, para los que se la juegan en la primera toma de contacto con los compradores osados que apuestan por los nuevos, una mala crítica supone una derrota.

Y los asiduos a las redes sociales que ven en este medio la forma de comunicarse con el mundo, sea de la forma que sea, afloran sin tregua, llevando por bandera una «sinceridad» que termina por hundir al nuevo. Esos blogs de seudocríticos literarios por los que los nóveles mueren por estar ahí en forma de reseña que le hagan subir las ventas de sus criaturas, no obstante, se encuentran con que el literato se lo ha bendecido con la etiqueta: «no lo recomiendo», «no me ha gustado nada», «ha sido un suplicio leerlo». Y ahí que van los borregos detrás, aceptando su opinión como ley: «Ah, pues si a ti no te ha gustado, ya no lo leo». Lo que me lleva a plantearme: ¿todos estos comentaristas de medio pelo se han preguntado alguna vez el daño que verdaderamente hacen?

Escuchaba estos días atrás, un pódcast del escritor José de la Rosa —una delicia escucharlos, cuánto se aprende con ellos—, en el que decía: «si te ha gustado una novela, coméntala…», ahí le has dado, compañero, si te gusta…, porque la verdad de todo esto es que no se le hace ningún favor a un posible lector en el intento de evitar que sea estafado al comprar la novela que has repudiado. Cada uno tiene su versión de lo que lee, y lo que a uno le parece un bodrio, para otro puede ser una maravilla. Y lo mismo pasa en la otra cara de la moneda, o ¿es que si la novela le ha gustado al reseñador le va a gustar a todo el mundo que la lea? Pues no, amigo, y pongo mi caso de ejemplo, yo he dejado de leer muchas novelas aclamadas por su público porque a mí ni siquiera me han despertado el interés, aun habiendo llegado al capítulo diez, solo por darle la oportunidad.

Con esto quiero llamar, no un poco, si no un mucho, a la cautela, a saber medir el alcance de nuestras palabras cuando las empleamos a la hora de hablar sobre cualquier cosa, porque sí, porque cada uno tiene derecho a expresar su opinión y porque solo hay una forma de hacerlo; la correcta